sábado, 6 de marzo de 2010

HISTORIAS DE EGIPTO-Material de apoyo para 7º básico

RAMSÉS II

Ramsés II es uno de los faraones más conocidos de la historia de Egipto, por muchas razones, como su templo funerario, su momia o incluso su participación en la batalla de Kadesh.
Ramsés II fue el tercer faraón de la XIX dinastía y fue uno de los reyes de Egipto que más tiempo vivió, porque estuvo ¡66 años! siendo el rey de Egipto. Como es lógico, tuvo un montón de tiempo para hacer cosas, entre ellas tener muchos hijos. Para que os hagáis una idea, se calcula que antes de fallecer Ramsés había tenido cerca de 50 hijos y 50 hijas, que aparecen representados en algunos templos como una larguísima fila de niños. Muchos de estos príncipes fueron enterrados en una tumba del Valle de los Reyes, la KV 5, que es una de las más grandes de Egipto. 

Evidentemente, no todos los hijos de Ramsés tuvieron la misma madre. Los faraones egipcios se casaban con varias esposas, precisamente para poder tener muchos descendientes. Claro, que no todas las mujeres de un faraón tenían igual categoría. Sólo una de ellas era la «gran esposa real», las otras eran «esposas reales» a secas. En el caso de Ramsés II, su «gran esposa real» fue Nefertari, que le dio siete descendientes. Fue el gran amor del rey, que le construyó una de las tumbas más bonitas de Egipto, en el Valle de las Reinas. Las otras reinas de Ramsés II fueron Maathorneferure, Suterey, Henutmire e Isisnofret. Esta última sólo le dio cinco hijos, pero entre ellos estuvo quien al final fue el heredero del rey, Merneptah.
Cuando se murió, Ramsés era un viejecito lleno de enfermedades, al que le costaba mucho andar y tenía la boca llena de caries y llagas. Esto lo podemos saber gracias a su momia, que fue encontrada cerca del Valle de los Reyes. También sabemos que era pelirrojo (un color de pelo que los egipcios identificaban con el dios Seth) y que era muy alto para la época, 1,72 m. (entonces las personas eran más bajitas que hoy en día).
El hecho más conocido del reinado de Ramsés II fue la batalla de Kadesh, en la que se enfrentó al ejército del rey hitita. La verdad es que los egipcios estuvieron a punto de perder la batalla, pero un poco de suerte y el valor de Ramsés consiguieron que la lucha quedara en empate. Al final los dos ejércitos se retiraron sin haber conseguido sus objetivos. Sin embargo, Ramsés consideró que había sido toda una victoria y así se representa en varios templos, como el de Luxor, luchando y derrotando él solo a millares de soldados hititas con la ayuda del dios Amón. Es curioso, pero pocos años después, los dos reyes firmaron un tratado de paz en el que se llamaban uno a otro «hermano» y decidían no hacerse la guerra el uno al otro. Es uno de los primeros tratados internacionales que se conservan por escrito y ¡por duplicado!

Después de estos primeros años de guerra, Ramsés tuvo un reinado completamente pacífico, en el que se dedicó a construir muchos monumentos por todo el país. Los dos más conocidos son: el Rameseum, que es como se llama su templo funerario; y el templo de Abu Simbel, que fue excavado en la roca en un acantilado de Nubia (la región que se encuentra al sur de la primera catarata). Ramsés no sólo construyó mucho, sino que también se apropió de muchos monumentos de sus antepasados. Lo que hacía era borrar el nombre del faraón que lo había construido y escribir el suyo. ¡Por eso hay tantos monumentos de Ramsés por todas partes! y como vivió tanto pudo apoderarse de muchos.

Como durante la Antigüedad no había las medicinas que tenemos hoy, la gente solía morirse cuando todavía era relativamente joven (unos 35 años de media). Por esta razón, muchos de los hijos mayores de Ramsés se murieron antes que su padre. Sólo el decimotercero de los príncipes vivió más tiempo que él y pudo convertirse en faraón. Se trataba de Merneptah, que cuando se coronó ya era un hombre mayor, de modo que sólo pudo reinar durante diez años. Y es que no era fácil imitar a Ramsés II, aunque los faraones de la XX dinastía lo intentaron ¡todos se llamaron Ramsés en su honor!




Hatshepsut.

En la extensa y magnífica época faraónica del Antiguo Egipto brilla con luz propia una mujer que luchó con todas sus fuerzas por hacer de su tierra un lugar mejor y más próspero. Su nombre era Maat Ka Ra, pero pasó a la historia como Hatshepsut.
Pertenecía a la XVIII dinastía, una dinastía repleta de soberanos de personalidad bien definida: El padre, Thutmosis I, fue un excelente guerrero y un gran constructor, con él comienzan las obras del grandioso templo de Amón en Karnak. Posteriormente, el hijastro de la reina, Thutmosis III, realizó grandes hazañas bélicas conquistando más territorio para Egipto. Pero, fue ella la que logró pasar a la historia a pesar de los impedimentos que le impusieron para aparecer en la historia del Antiguo Egipto.
Nació un día brillante del año 1490 a.C. en el palacio real de Tebas. Hija como era del faraón, fue educada junto a sus demás hermanos. Aprendió a leer y a escribir, además de nociones que sólo eran privilegio de la realeza. Su padre realmente quería que ella fuera la futura soberana a su muerte pero, fue Thutmosis II, un hijo de una esposa secundaria, el que llegó al trono.

Hatshepsut se casó con él pues en aquella época sólo podía legitimar su cargo de faraón si se casaba con una mujer perteneciente a la familia real. Tuvieron dos hijas llamadas Nefru-Ra y Meritra-Hatshepsut. Durante los años que Thutmosis II fue faraón, Egipto estaba realmente en manos de la reina, que era la que gobernaba, pues se cree que él era un hombre débil y enfermizo. La mala fortuna hizo que su esposo muriera a los quince años de su ascensión al trono. Fue entonces cuando Hatshepsut asumió la regencia del pequeño Thumosis III, hijo de su esposo y de una esposa secundaria llamada Mutnefer. Este hijastro no estaba destinado a reinar pues no se esperaba que el faraón muriera tan pronto y por ello vivía en el templo de Amón educándose para sacerdote. Al saber que sería el futuro faraón de Egipto lo casaron con Nefru-Ra, una de las hijas de la reina y luego, se puso a esperar a ser faraón.
Durante la regencia de la reina los partidarios de la sucesión en el trono de su sobrino realizaron intrigas palaciegas para alejarla del poder y la regencia. Esto provocó que Hatshepsut convirtiera la regencia en verdadero reinado. No era la primera vez que una mujer gobernaba Egipto pero hubo de justificarse la especial situación recurriendo a un mito. Según éste, Amón le había ofrecido el trono ya que cuando fue engendrada este dios adoptó la figura del rey, Thutmosis I, engendrando en la propia reina Ahmose, a su amada hija Hatshepsut estando, por lo tanto, llamada a gobernar Egipto.


Thutmosis III

Hizo que se representara este mito en la pared de su espléndido templo mortuorio en Deir el-Bahari situado al occidente de Tebas, pues en aquella época todo se anotaba y quedaba registrado pintándolo o esculpiendo en las paredes de los templos.
Una vez en el trono comienza a reinar. Primero consolida el dominio sobre Nubia realizando una expedición hasta allí y participando como comandante en el ejército sometiendo a los insumisos nubios que no querían. Posteriormente organizó algunas expediciones mercantiles al país de Punt, en busca de hierbas aromáticas, árboles exóticos y a la vez, para relacionarse con aquel país. Todo esto fue reflejado en el templo que mandó construir en Deir el-Bahari. Este templo se sitúa en la ribera izquierda del Nilo y en su amplio anfiteatro formado por rocas calizas que alcanzan más de 130 m. de altura se sitúan tres amplias terrazas sucesivas, a las que se accede por una amplia rampa central cuya prolongación termina en el propio templo o santuario de Amón, enteramente tallado en la roca. Es una edificación muy especial pues se conjuga perfectamente con el paisaje y a la vez presenta un porte majestuoso con el entorno. Su arquitecto, Senenmut, logró realizar un diseño perfecto para la construcción del templo.
La reina tomó en el Estado un lugar superior al puesto que se le otorgaba. Los documentos oficiales, en lugar de representar al rey con los rasgos de Thumosis III, representan a Hatshepsut seguida de su sobrino. Con el paso de los años el joven llegó a la mayoría de edad pero la reina regente no le dejó el poder. Ella afirmó sus derechos personales a la soberanía haciéndose representar como “el rey”, vestida de hombre y adaptando el protocolo completo de los reyes egipcios. Conservó el poder durante veintitrés años sin que Thutmosis III fuera un problema. El desarrollo de la idea de monarquía basada en la divinidad del rey hizo que reapareciera el sistema, a la vez político y religioso, del Imperio Antiguo, que hacía del rey la encarnación de Ra sobre la tierra, el dios vivo. El poder real, totalmente independiente de los hombres, sólo depende de dios. Por lo tanto, la ley no puede confiar el trono, sólo Amón lo puede hacer. Además de esto la reina se rodeó de un equipo de hombres que la ayudaron a continuar en el trono y a mantener a Egipto en un periodo de relativa calma. No se dieron cuenta de los graves problemas que tenían con las fronteras mientras mantenían un relativo trabajo de relaciones públicas con países lejanos. Además de Senenmut, su arquitecto y favorito, también contó con Hapuseneb, gran sacerdote supremo de Amón y jefe de todos los sacerdotes del Norte y del Sur, dueño de los oráculos dados por el dios. Fue jefe del culto y jefe del estado. En la época de Hatshepsut se les concede al clero de Amón muchos privilegios lo que provoca que posteriormente tengan bajo su mano mucho poder. Junto con estos buenos consejeros tenemos a Djehuty, tesorero y arquitecto de la reina. Actualmente se está excavando su tumba por parte de una expedición española y en ella se están encontrando muchos datos de la época.
Después de llevar muchos años en el poder gobernando en paz y de realizar multitud de monumentos glorificando a los dioses Hatshepsut desapareció de una manera muy extraña. No se sabe si murió de forma natural o si por el contrario fue asesinada por un golpe de estado llevado a cabo por su hijastro y sobrino Thutmosis III. La verdad es que dejó de aparecer como soberana y desapareció de la historia. Han tenido que pasar muchos siglos para que encontráramos varias tumbas que parecen haberse realizado para que su cuerpo descansara por toda la eternidad. Pero en ninguna de ellas se han encontrado sus restos. Nada que nos indique como fue y como murió, nada sobre el misterio que ocultó su reinado una vez que Thutmosis III se hiciera con el poder.

A pesar de que su reinado fue ocultado por los soberanos posteriores que llegaron a destrozar parte de sus monumentos y de sus representaciones en las paredes de su templo, fue una reina que brilló con luz propia en un mundo de guerreros y que supo transmitir la alegría del pueblo egipcio, para llevarlo a ser el más importante del momento. Con su coraje y voluntad supo manejar las riendas del país más rico y próspero de la época.



CLEOPATRA

¡Cuántas cosas se han dicho de Cleopatra! Se han escrito muchos libros y se conocen muchas películas sobre esta reina egipcia… pero, ¿quién fue Cleopatra?


Desde luego, debió ser una reina importantísima. La hemos visto acompañando a “Las Tres Mellizas”, e incluso a “Astérix y Obélix”. Aparece en juegos de ordenador y en multitud de producciones cinematográficas. Autores como Shakespeare han escrito obras literarias sobre esta soberana egipcia. 
Su historia debió ser muy interesante pues es la reina de Egipto más famosa. ¿Os apetece conocerla?


Sus orígenes


Cleopatra nació en el año 69 a.C. Pertenecía a la dinastía de faraones ptolomeos, procedentes de Macedonia (norte de Grecia), que gobernaban en Egipto en ese momento. La capital era Alejandría, ciudad fundada por Alejandro Magno en el año 332 a.C. que había prosperado bajo el mandato de esta dinastía. Tenía uno de los mejores puertos comerciales del Mediterráneo, y se convirtió en un gran centro cultural, cuna de las ciencias modernas: retórica, filosofía, medicina, geometría, hidrostática, geografía, astronomía, etc., pues poseía la mayor biblioteca del mundo.
Pero en ese momento, la tierra de Egipto vivía amenazada por su gran rival, Roma. Y a Cleopatra le tocó vivir una época rodeada de conflictos que hicieron que el reino egipcio se debilitara; aunque esta reina siempre demostró su fortaleza actuando con astucia y valentía.
El faraón Ptolomeo Neo Dionisio Auletes -Ptolomeo XIII- era el padre de Cleopatra VII Filópator, pero no era muy querido por los egipcios ya que recaudaba grandes impuestos que irían a parar a las arcas romanas. De este modo, el pueblo de Egipto no aceptó su alianza con Roma, y en el año 58 a.C. se sublevó expulsándolo del país. Ptolomeo huyó a Roma y Berenice IV (su hija, hermana mayor de Cleopatra) fue proclamada reina. Pero en el 55 a.C., apoyado por el general romano Pompeyo, Ptolomeo regresó a Egipto quitándole el trono a su hija.
Ptolomeo tuvo dos hijos: Ptolomeo XIV Dionisio II y Ptolomeo XV Filópator; y cuatro hijas: Berenice IV, Cleopatra Trifene VI, Cleopatra VII (la nuestra) y Arsinoe.

Cleopatra en el trono de Egipto


Los escritos antiguos cuentan que Cleopatra gobernó con su padre durante un corto período de tiempo, hasta que éste murió en el año 51 a.C. 
Queriendo conservar el poder, y siguiendo la tradición familiar, se casó con su hermano Ptolomeo XIV (de 12 años). Los ptolomeos no podían casarse con alguien de rango inferior, y es por ello por lo que se unían entre hermanos. 
Con tan sólo 18 años, Cleopatra quería reinar sola, pues consideraba que su hermano era demasiado joven para gobernar Egipto. Aunque se encontraba con el problema de que muchos funcionarios y nobles apoyaban a su hermano. Además, el general Pompeyo, poderoso aliado de su padre, planeaba anexionar Egipto al Imperio Romano. Tendría que superar muchos obstáculos.
Desde niña estudió muchísimo (literatura, aritmética y geometría, astronomía, medicina) y aprendió varios idiomas, como el egipcio (su familia sólo hablaba griego), lo que le sirvió de mucho a la hora de gobernar Egipto. Para ello, intentó ganarse el favor de los cortesanos poderosos. Rindió culto a los dioses egipcios proclamándose “hija del dios sol”, y entregó generosos regalos a los templos más importantes, ganándose el apoyo de los sacerdotes. Asimismo se interesó por la política internacional, sobre todo para evitar conflictos con Roma, y por la economía, facilitando las exportaciones necesarias para el bienestar de su país.


Los dos primeros años de su reinado fueron muy difíciles. Por una parte, el Nilo no se desbordó, las cosechas se perdieron y muchas personas murieron de hambre. Por otra parte, seguía teniendo enemigos poderosos como era Poteinos, el consejero de su hermano Ptolomeo.
En el año 48 a.C. Cleopatra descubrió que su hermano y Poteinos conspiraban contra ella. Querían secuestrarla y matarla, por lo que tuvo que huir de Egipto acompañada de su hermana Arsinoe. Navegaron por el Mediterráneo refugiándose cerca de Siria, y con el tiempo, volvió con su ejército para reconquistar su tierra.

Julio César y Cleopatra


Mientras tanto, Julio César y Pompeyo se enfrentaron por el poder de Roma, provocando una guerra civil, venciendo Julio César. Pompeyo se dirigió a Egipto en busca de ayuda, pero cuál fue la sorpresa que los seguidores de Ptolomeo le asesinaron al desembarcar en Alejandría.
Cuatro días después, César llegó a Egipto y vio lo sucedido. Deseaba mantener la paz y solicitó reunirse con Ptolomeo y Cleopatra para alcanzar un acuerdo. La reina no confiaba en su hermano y necesitaba la protección de César. Con la ayuda de su intendente Apolodoro, a escondidas y al anochecer, llegó hasta él, quien quedó fascinado por su encanto e inteligencia. ¡Qué valiente fue Cleopatra! Ya se había ganado la confianza de Julio César.
Pero esto no le gustó nada a su hermano Ptolomeo. Hasta oídos de Julio César llegaron los planes de conspiración contra él por parte de Poteinos, y ordenó que lo ejecutaran. Perdonó la vida a Ptolomeo y le dejó salir de la ciudad, reuniéndose con Arsinoe, su hermana, quien había logrado escapar y lideraba un ejército egipcio contra César. Ambos finalmente fueron vencidos en una dura batalla. Poco tiempo después Ptolomeo apareció muerto en el puerto de Alejandría. Arsinoe fue enviada como prisionera a Roma.

Ahora Cleopatra, con 22 años, reinaba junto a su hermano Ptolomeo XV Filópator (de sólo 11 años) y se sentía más segura bajo la protección y el amor de César, quien en el año 46 a.C. regresó a Roma triunfante por su victoria. Tras él, llegó Cleopatra pretendiendo un tratado de paz entre Egipto y Roma, llevando consigo a Ptolomeo XVI Cesarión, hijo de César, y a su hermano Ptolomeo XV. No obstante, la relación entre Julio César y Cleopatra no agradó en Roma, sobre todo por la posibilidad de que en el futuro el hijo de ambos pudiera gobernar.
A pesar de todo, César obtenía cada vez mayores reconocimientos, siendo nombrado dictador vitalicio. Sin embargo, en el año 44 a.C., tras una reunión en el Senado, Julio César fue apuñalado.

Marco Antonio y Cleopatra
Cleopatra regresó a Egipto. Su protector había sido asesinado y su reino volvía a estar en peligro. Este hecho provocó una guerra civil en Roma que duraría tres años, liderada por tres importantes hombres que lucharon contra los líderes de la conspiración: Octavio, Marco Antonio y Lépido. Tras derrotarlos firmaron un tratado de paz en el que acordaron gobernar Roma juntos durante cinco años.

A partir de ese momento, Marco Antonio controlaría Egipto. Pero necesitaba el apoyo de Cleopatra que ahora reinaba junto a su hijo Cesarión. Precisaba del oro de Egipto para pagar a los ejércitos que velaban por su parte del Imperio, y el trigo para alimentar a sus hombres. Por su parte, la reina egipcia pretendía la protección del romano.
Marco Antonio y Cleopatra se dieron cita en Tarso (Turquía). La reina apareció deslumbrante y tras varios encuentros consiguió lo que se proponía. Marco Antonio se unió a ella impresionado por sus encantos.
Antonio pasó una temporada en Alejandría junto a Cleopatra, quedando embarazada de gemelos. Pero el romano no pudo verles nacer ya que a comienzos del año 40 a.C. tuvo que regresar a Roma pues Fulvia, su esposa, participaba en una conspiración contra Octavio. A finales de año, su esposa murió, y firmó un acuerdo de paz con Octavio; y en señal de amistad, se casó con la hermana de éste, Octavia.

Cleopatra siguió reinando Egipto. Cuatro años después regresó Marco Antonio. Su protección seguía ayudándola a mantener la independencia de Egipto. Tuvieron su tercer hijo, Ptolomeo Filadelfo. 
Durante un tiempo, Antonio no tuvo éxito en sus conquistas perdiendo muchos soldados y muchas tierras. Hasta que finalmente, invadió Armenia y regresó triunfante a Alejandría. Cleopatra fue coronada “Reina de reyes” y todos sus hijos también recibieron títulos reales.

- Cesarión, de 13 años, fue proclamado “Rey de reyes”.
- Alejandro Helios, de 6 años, fue nombrado rey de Armenia.
- Cleopatra Selena, reina de Cirenaica y Creta, también con 6 años.
- Y Ptolomeo Filadelfo, con sólo 2 años, rey de Asia Menor.
Marco Antonio y Cleopatra eran fuertes aliados y tenían grandes ambiciones. Recuperaron algunos de los territorios que la familia de la reina había controlado en el pasado. Pero Octavio se enteró de la ambición de ambos e informó al Senado romano tratando a Marco Antonio de traidor. Además, el divorcio de su esposa romana se tomó como ofensa.

El fin de Cleopatra, la última reina egipcia


A finales del 32 a.C. Octavio declaró la guerra a Cleopatra y a Egipto. Marco Antonio actuó en la guerra como aliado de Cleopatra en contra de Roma. Llegaron a Grecia temiendo un ataque que le llevara a perder ese territorio. Pero en realidad, no les fue nada bien, pues los soldados romanos fueron venciendo al ejército de Marco Antonio, capturando sus fuertes y hundiendo sus barcos. 
Poco a poco la situación empeoraba, y desesperados Antonio y Cleopatra decidieron atravesar el cerco romano. Aunque ¡no les pudo ir peor! Fueron derrotados en la famosa batalla de Accio (Actium), aunque Cleopatra consiguió huir con su flota regresando a Alejandría, donde entró triunfante como si hubiera logrado una gran victoria, para evitar que sus enemigos en Egipto no la dejaran entrar al saber que había sido vencida por Octavio.

Antonio estaba hundido por la deshonra y decidió ocultarse en la isla de Faros sin querer ver a nadie. Mientras tanto, Cleopatra seguía pensando en la forma de continuar gobernando. Octavio no tenía suficiente oro para pagar a los ejércitos, por lo que de momento no podría atacar de nuevo. Pero sí sabía que volvería tarde o temprano en busca de la necesitada riqueza de Egipto. 
Poco tiempo después, Antonio salió de su retiro y de nuevo volvieron las fiestas a palacio.

Un año después se recibió la noticia de la llegada de Octavio, y Cleopatra temiendo su reacción, le envió una carta ofreciéndole Egipto con la condición de que gobernaran sus hijos. Pero Octavio ni siquiera contestó: estaba claro que quería gobernar solo.
Mientras, Marco Antonio reunió a su ejército para enfrentarse a Octavio. Pero sus soldados desertaron huyendo avergonzado y derrotado, y culpando a Cleopatra, quien asustada por la ira del romano se encerró en su mausoleo. 
Corrieron rumores de que la reina egipcia había muerto. Marco Antonio enloquecido se clavó su espada, justo en el momento en el que el secretario de Cleopatra llegaba anunciando que estaba viva. Fue llevado junto a Cleopatra y murió en sus brazos.

Poco después en el año 30 a.C., a la edad de 39 años, murió Cleopatra, la última reina de Egipto. Sobre su muerte hay muchas leyendas, pero el cuerpo de Cleopatra no se ha encontrado, por lo que los expertos no han podido estudiar su causa.
Lo cierto es que Cleopatra fue una reina orgullosa que prefirió la muerte antes de someterse a Octavio y humillarse ante los romanos. Se suicidó junto a sus dos fieles sirvientas, pero ¿cómo murieron? ¿Se clavaron una aguja envenenada? ¿Pudo ser la mordedura de un áspid con su veneno la causa de su muerte?
Octavio respetó sus deseos y su cuerpo fue sepultado cerca de su amado Marco Antonio. Su tumba nunca fue encontrada.

¿Qué paso con Egipto?
El país quedó bajo el gobierno de Roma, lo que supuso el fin de la civilización egipcia. Octavio se proclamó nuevo faraón y ordenó la destrucción de muchos monumentos egipcios y documentos oficiales. Alejandría continuó siendo un gran centro cultural y comercial, pero la prosperidad de Egipto fue decayendo.



¿Quién era el faraón?
El faraón era el rey de Egipto, y existieron muchísimos a lo largo de toda su civilización. Estuvieron repartidos en treinta dinastías o familias reinantes, sucediéndose desde el inicio de su historia hacia el año 3100 a.C., hasta la llegada de los griegos en el año 332 a.C.
Pero no todos los faraones fueron tan famosos como Ramsés II o Tutankhamón. Algunos reyes fueron olvidados.


¿Sabéis qué significa la palabra faraón?
Es sencillo. El faraón residía en un espléndido palacio o per-aa, es decir, "casa grande". Y de ese modo se le llamaba faraón.


Títulos e insignias reales
Cuando un faraón era coronado recibía cinco nombres que componían su título formal. Se escribía dentro de un cartucho con forma ovalada. El que nosotros usamos es el quinto, aunque los egipcios empleaban el cuarto. Por ejemplo, a Tutankhamón le llamaban Nebkheprure.

Los faraones vestían muy elegantes y tras su coronación recibían varias insignias reales que usarían durante todo su reinado. Sobre el pecho cruzaban el flagelo o cetro Nejej, y el cetro Heka o cayado de pastor, símbolos que representaban al dios Osiris.
En la frente, el ureus representaba una cobra que le protegía de los enemigos. Y usaban una barba postizaque se ataban con un cordón.
En la cabeza, se colocaban diferentes tocados.
Se solía cubrir la cabeza con el nemes, un tocado con rayas azules y blancas que caía sobre los hombros.
La corona azul o jeperesh se reservaba para los días de fiesta y hacía referencia al dios sol.
La corona blanca representaba al Alto Egipto. Y la corona roja al Bajo Egipto. Las dos unidas formaban lasejemty, que representaba la unión de las Dos Tierras.



El poder del faraón
El faraón tenía gran poder y fortuna, pero también muchas responsabilidades. Era jefe del gobierno, jefe del ejército y jefe religioso.

Como gobernante dictaba las leyes debiendo guardar el maat (armonía y orden), manteniendo unidas las tierras de Egipto. Por eso se le llamaba "Señor de las Dos Tierras" (Alto y Bajo Egipto).
Contaba con un gran número de ministros y funcionarios para poder gobernar el país. Tenía un visir, que era una especie de presidente del gobierno, y siempre estaba junto al faraón. El resto de asistentes lo formaban los consejeros, escribas y gobernantes de las provincias o nomos, así conocidos como nomarcas.
Como jefe del ejército, los faraones eran entrenados como guerreros y dirigían el ejército egipcio en las batallas. Aprendía a manejar las armas desde niño. Practicaba el tiro con arco en las cacerías de leones por el desierto.
Como jefe religioso, tenía el deber de construir templos para hacer en ellos ofrendas a los dioses. Realizaba multitud de ceremonias para solicitar el favor de los dioses, por ejemplo, para pedir que la crecida del Nilo fuese beneficiosa y fertilizara las tierras. Contaba con la ayuda de los sacerdotes.


Dios-rey
Fue considerado como un dios viviente. Como gobernante se le igualaba al dios real Horus. A veces se le consideraba como Ra, dios del sol. Y después de su muerte se identificaba con Osiris, dios de los muertos.


La reina
Un faraón podía tener varias esposas, pero solamente una era la que reinaba junto a él. Así la reina reciba el nombre de "Gran Esposa". A veces se casaban con su propia hermana para fortalecer su acceso al trono, imitando a los dioses que igualmente se casaban entre hermanos.
La sucesión de los faraones venía generalmente de padres a hijos.

TUTANKHAMON, IMAGEN VIVA DE AMÓN

A pesar de ser tan famoso, sabemos muy poco sobre la vida de Tutankhamon. Ni siquiera los expertos conocen con exactitud quién fue.
Aunque gracias al descubrimiento de su tumba en 1922 por el arqueólogo Howard Carter, hemos logrado conocer algo más sobre su entorno.
Tutankhamon, imagen viva de Amón

Tal vez, fue hijo de Akhenatón y de una esposa secundaria, Kiya. Por lo que probablemente creció en la corte real de Akhenatón, en Tell el-Amarna.
Sobre su padre, Akhenatón, os contaré que introdujo una nueva religión: el culto al dios solar, Atón. Prohibió el culto al resto de dioses cerrando sus templos. Esto no agradó al pueblo. Y así, a su muerte, fue considerado como un faraón hereje (consideraron que sus creencias religiosas eran inaceptables). Por eso los funcionarios egipcios trataron de destruir toda mención de su nombre y sus sucesores.

Tutankhamon fue nombrado faraón con tan sólo nueve años, y coronado en Menfis. Se casó con la princesa Ankhsenamón, hija de Akhenatón y Nefertiti, quien le transmitió los derechos al trono. Pero no tuvieron hijos.
El joven rey a la hora de gobernar tuvo que contar con el apoyo de sus ministros para tomar las decisiones más importantes. Contaba con la ayuda de Ay, un antiguo funcionario de la corte amarniense, y el general Horemheb, jefe del ejército.

Por otra parte, Tutankhamon empezó a adorar de nuevo al dios Amón, restaurando el culto a todos los dioses, devolviéndose sus bienes a los templos y sus sacerdotes volvieron a recuperar el poder perdido durante el reinado de su padre.
Es fácil que encontréis en los libros alguna referencia sobre el cambio de nombre de este faraón, ya que durante el reinado de Akhenatón recibió el nombre de Tutankhatón (por el período en el que se impuso el culto de Atón).
Hablando de los nombres, cuando un faraón era coronado, recibía cinco nombres secretos que formaban su título formal. Los cinco nombres y títulos de Tutankhamon fueron:
  • El nombre de Horus: Ka-nakht tut-mesut (Toro fuerte, el mejor de los seres vivos)
  • El nombre "El de las Dos Damas": Nefer-hepu segereb-tawy sehetep-netjeru nebu (Gobernante perfecto, que pacifica las Dos Tierras y agrada a los dioses)
  • El nombre del halcón dorado: Wetjes-khau sehetep netjeru (El que ostenta las insignias reales y complace a los dioses)
  • El prenombre: Nebkheprure (La apariencia señorial del dios Re)
  • El nombre: Tutankhamon (la imagen viva de Amón)

En cuanto a su muerte, sabemos que Tutankhamon murió repentinamente a los 18 años, durante el noveno año de su reinado. Para enterrarle hubo que preparar rápidamente una pequeña tumba del Valle de los Reyes que se encontraba abandonada y sin acabar.
El sucesor del trono fue el anciano Ay, quien ofició los funerales de Tutankhamon tal como se representan en las pinturas del interior de su tumba. El reinado de Ay duró cuatro años, ocupando el trono el general Horemheb, siendo éste el último representante de la Dinastía XVIII, a la que perteneció el faraón Tutankhamon.


LA TUMBA DE TUTANKHAMON

El hallazgo de la tumba de Tutankhamon fue un hecho muy importante en la egiptología, ya que fue la única tumba de un faraón que se encontró intacta.

Nadie anteriormente, salvo Howard Carter, había entrado en la tumba. ¿Os podéis imaginar lo que supuso eso? ¿Cómo se sentiría el equipo arqueológico que le acompañaba en aquel momento? ¡Más de 3000 años cerrada!


El 26 de noviembre de 1922, Carter y Lord Carnarvon, director de la excavación, abren por primera vez la tumba de éste faraón entonces desconocido. Carter permanecía en silencio, y Carnarvon le preguntó: - "¿Ve algo?". Y la respuesta de Carter, que observaba emocionado fue: - "Sí, cosas maravillosas".
Y fue de este modo cómo hallaron el tesoro mejor guardado del Antiguo Egipto. Su tumba, a pesar de ser pequeña y sencilla, estaba repleta de riquezas asombrosas. El ajuar funerario de Tutankhamon constituye uno de los grandes tesoros arqueológicos de la Antigüedad.

La primera parte a la que accedieron fue la Antecámara. Estaba muy desordenada por culpa de los ladrones que habían intentado saquear la tumba, pero los guardianes de la necrópolis la volvieron a sellar. En su interior, ante la cámara funeraria sellada, se encontraron dos estatuas de tamaño natural del faraón, de madera recubierta con resina negra y láminas de oro. También multitud de objetos personales de gran riqueza: cofres, sillas y tronos de gran valor, un lecho funerario con forma de león, otro con la cabeza de vaca de la diosa Hator, vasijas de alabastro, carros reales desmontados, otro lecho con la cabeza de hipopótamo de la diosa Tueris, etc. El inventario de esta antecámara es muy amplio y valioso.

Con enormes dificultades, consiguieron acceder a la Cámara Funeraria real. Dentro estaban cuatro sepulcros dorados encajados uno dentro de otro, con un magnífico sarcófago (ataúd de piedra). Dentro de este sarcófago se contenía tres más, también uno dentro de otro. Y en el último estaba la momia de Tutankhamon, que llevaba una máscara de oro.
La cámara funeraria era la única sala de la tumba que contenía pinturas murales en las que se mostraban escenas funerarias y la entrada del difunto en al Más Allá, seguido por su ka (espíritu), recibido por el dios Osiris.

Tras un pasaje abierto, descubrieron una pequeña estancia a la que Howard Carter llamó Sala del Tesoro. Dentro había maravillas. Una majestuosa estatua de Anubis, el dios con cabeza de chacal, vigilaba la entrada a la sala.
Al otro lado había un enorme sepulcro dorado, protegido por las estatuas de las diosas Isis, Neftis, Neith y Selkis. En él se guardaban los cuatro vasos canopos (donde se depositaban algunos órganos internos del cuerpo a la hora de momificar al difunto).
También había cofres, cajas que contenían joyas, amuletos, altares que contenían estatuillas de oro de los dioses y del mismo Tutankhamon, maquetas de barcas para que el rey las usara en el Más Allá.
Pero aquí no terminaron los hallazgos. Tras un lecho de la antecámara, había un pequeño agujero a ras de suelo. Cuando Carter se introdujo por él descubrió una nueva sala: el Anexo. Esta fue la última sala en vaciarse y era la más pequeña. Encontraron más de 2000 objetos apilados unos sobre otros: 236 figuras ushebti (sirvientes del faraón para el Más Allá); arcos, flechas, palos para lanzar, armaduras y escudos; tres lechos sencillos y una camastro de campaña plegable; tableros y fichas del juego del senet; trono y escabel; 116 cestas de comida y 30 tinajas de vino; cosméticos y una navaja de afeitar.

Está claro que la labor de los arqueólogos no fue nada fácil. Y hay que agradecer al Sr. Carter y a su equipo el esmero y la paciente dedicación que emplearon a la hora de proteger y sacar todos y cada uno de los objetos de la tumba para hacer posible que hoy en día conozcamos el gran tesoro de Tutankhamon y algo más sobre la desconocida vida de este joven faraón.
Se tardaron diez años en vaciar la tumba, pero su trabajo mereció la pena. Hoy podemos contar con las fotografías, bocetos, trabajos de laboratorio y de conservación para saberlo. El cuidado en la protección y transporte de cada objeto hasta llegar a su destino, el Museo de El Cairo, han hecho posible que hoy en día podamos disfrutar de ello.


En la actualidad, miles de personas pueden visitar la tumba de Tutankhamon, donde descansa de nuevo su momia en el interior del sarcófago; y ver sus tesoros en el Museo de El Cairo. Además se han hecho multitud de exposiciones itinerantes para que el mundo pueda contemplar muchos de estos maravillosos objetos.
Posiblemente algún día vosotros también podréis visitarlos e imaginar como se sintieron al descubrir este tesoro.



LA VIDA EN EL TEMPLO

Es muy interesante conocer, además de los dioses, las construcciones y los mágicos ritos egipcios, sus hábitos cotidianos y la vida en general, tan misteriosa y estructurada que hace de los egipcios una cultura singular y eterna.
Los templos del antiguo Egipto dejaron un legado arquitectónico de gran belleza. Representan no sólo la vida religiosa sino también lo cotidiano.
En esta sociedad había tres clases que gozaban de privilegios: la realeza, los funcionarios y los sacerdotes. La importancia social del clero no sólo deriva del hecho de ser la clase consagrada a los ritos religiosos o por dedicar su vida a los dioses, sino también por ser grandes propietarios de tierras, gracias a las donaciones que el faraón hacía a los templos.

A lo largo del Nilo hubo multitud de templos, dedicados a divinidades locales. Allí vivían algunos sacerdotes, pero la mayor parte vivía en su casa porque el clero egipcio no era como el nuestro. Muchos dioses tuvieron más de un templo.
El faraón era el Sumo Sacerdote, algo así como la encarnación viviente del dios. Una vez fallecido el faraón era divinizado, aunque también podían ser divinizados en vida. Los sacerdotes le llevaban ofrendas tres veces al día, consistentes en alimentos, bebida, incienso, etc., para su sustento en el Más Allá.

El trabajo diario en un templo egipcio consistía en la celebración rutinaria de diferentes rituales o en la administración de los productos y el personal; así el templo tenía no sólo funciones religiosas sino también actividades económicas. Los dioses necesitaban ofrendas, generalmente alimentos y otros bienes materiales para darles la categoría social que se merecían. Todo ello requería una administración que proporcionara abundantes excedentes. Esta era ejercida por funcionarios para que el gobierno pudiese controlar el poder económico de los templos. Los sacerdotes recibían por sus servicios un pago en especies, ya sea con tierras que podían alquilar o con un porcentaje de los ingresos.

La piel de leopardo era la vestimenta oficial del sacerdote Sem que oficiaba las ceremonias. Como hemos visto no todos tenían la misma función dentro de un templo. Las sacerdotisas cantaban y bailaban durante los oficios religiosos. La gran sacerdotisa presidía el primer lugar o rango de la jerarquía. Todo el personal de un templo se hallaba jerarquizado:
·                  “Los siervos” del dios o profetas, de los cuales destacaba el primero o Sumo Sacerdote.
·                  Los sacerdotes “puros” o sacerdotes “Uab”, se encargaban de las purificaciones y de atender las necesidades directas de la divinidad (Uab significa “puro”).
·                  Los sacerdotes “lectores”, expertos en textos sagrados, se encargaban de leer el ritual para su correcta celebración.
·                  Los custodios o sacerdotes horarios, señalaban el inicio de los rituales.
·                  Sacerdotes y sacerdotisas funerarias, encargados de proveer ofrendas a los difuntos en nombre de las familias, siendo este cargo en la mayoría de los casos hereditario.
Según nos informan los autores griegos, para realizar un rito el sacerdote debía mantenerse puro, afeitar su cuerpo cada dos días, estar circuncidado, vestir con túnicas de lino y usar sandalias de papiro.
Ya que el templo egipcio era el lugar de residencia de los sacerdotes había muebles y enseres de la vida cotidiana y propios del culto: capillas de madera donde se guardaba la imagen del dios, la barca sagrada, la mesa de ofrendas y las imágenes de los oferentes, tronos de dioses, la silla de mano para transportar al faraón como representación de la divinidad.



LOS SACERDOTES DEL ANTIGUO EGIPTO

Una de las cosas más curiosas del antiguo Egipto es que se trataba de una civilización en la cual sólo una persona podía ejercer como sacerdote: el faraón. Los egipcios creían que era el único ser humano capacitado para entrar en comunicación con los dioses.
Seguro que estáis pensando que algo falla, ¿cómo era posible si resulta que todo el valle del Nilo está repleto de templos? ¿Acaso nunca se celebraban ceremonias en ellos? ¡El faraón no podía estar en todas partes a la vez! Bueno, la verdad es que el faraón no realizaba personalmente las ceremonias de los templos. En realidad lo que hacía era dejar que otras personas lo hicieran en su nombre. Por esa razón en las paredes de los templos nunca aparecen representados sacerdotes. El único al que se ve adorando a los dioses es al faraón. Era un modo de dejar claro a todo el mundo que si bien los sacerdotes ocupaban el puesto del faraón, era porque éste así lo había querido y que, en realidad, sólo el rey podía comunicarse con los dioses.

La gran diferencia entre los sacerdotes egipcios y los sacerdotes católicos, por ejemplo, es que los curas de las parroquias son sacerdotes porque tienen vocación para ello, mientras que los del antiguo Egipto eran una especie de funcionarios que se limitaban a alimentar mágicamente a los dioses (para eso sirven las ofrendas). Además, los curas tienen que ser buenas personas y ayudar a los demás con sus problemas y todo eso, mientras que los sacerdotes egipcios podían ser todo lo malas personas que quisieran. ¡Se sabe de algunos que fueron unos ladrones y sinvergüenzas redomados!
Las obligaciones de los sacerdotes egipcios no eran muy pesadas, en principio sólo tenían que realizar la ofrenda divina una vez por la mañana y otra vez por la tarde. El ritual llevaba su tiempo y antes de entrar en el sanctasanctórum (así se llama la habitación al fondo del templo en donde estaba la estatua del dios, guardada dentro de un pequeño armario de piedra con puertas de madera) tenían que purificarse: afeitarse la cabeza, enjuagarse la boca con agua, con sal y bañarse en el lago sagrado del templo.

La ceremonia que realizaban consistía en penetrar en el santuario, abrir las puertas del armario sagrado (el «naos», así se llama), sacar de él la estatua del dios, limpiarla, cambiarle los vestidos y ponerle otros nuevos. Luego maquillaba la estatua, quemaban incienso delante de ella y después le entregaban las ofrendas. Seguidamente retiraban esas ofrendas, guardaban la estatua limpia en su naos y salían del sanctasanctórum, andando de espaldas y limpiando sus pasos mientras lo hacían.
A pesar de lo aburrido que pueda parecer tener que repetir esto dos veces todos los días, ser sacerdote tenía sus ventajas, pues después de presentarle las ofrendas al dios del templo, los sacerdotes ¡se las repartían entre ellos! Era el modo que tenían de cobrar su salario. En realidad, los sacerdotes egipcios eran unos privilegiados y era un puesto que muchos deseaban y que en el caso de los templos más importantes de Egipto (el del dios Ra en Heliópolis y el de Amón en Tebas) el faraón permitía ocupar sólo a personas de su confianza.
No obstante, el trabajo de los sacerdotes no se limitaba a realizar esta ceremonia. Había ciertos sacerdotes que se encargaban de estudiar el cielo por la noche, vigilando las estrellas, las constelaciones y demás, de este modo podían llevar con exactitud el calendario y sabían en qué día estaban y cuándo había que realizar determinadas fiestas.

Una de esas fiestas era muy importante (el día variaba en cada templo), pues los sacerdotes encargados del culto ponían la estatua del dios en una barca portátil y la sacaban a hombros en procesión. Ese era el único momento en que la gente del pueblo podía ver al dios, puesto que estaba prohibido penetrar en el interior de los templos; sólo podían llegar hasta el primer patio con columnas. El resto del edificio era espacio sagrado y si entraban dentro podían tener muchos problemas. No obstante, como también ellos querían hablar con sus dioses, al final consiguieron que se esculpieran orejas (sí, sí, habéis leído bien) en la pared posterior de algunos templos para que gracias a ellas la divinidad pudiera escuchar lo que la gente tenía que decirle sin tener que penetrar en el edificio.
Este tipo de sacerdote, que podía ver al dios y cuidaba de su estatua, no era el único que había en Egipto. Existían otros que realizaban tareas diferentes, tareas que no eran obligación del faraón. 
El más importante era el «sacerdote funerario», que realizaba las ofrendas necesarias para que una persona muerta pudiera seguir viviendo en el Más Allá; se encargaba de mantener vivo el culto a los muertos y por ello cobraban un salario.

Otro sacerdote muy habitual era el «sacerdote sem», que era el encargado de realizar los rituales durante el enterramiento de una persona. Por lo general el puesto lo ocupaba el hijo de la persona muerta, pero no siempre. 
Uno muy importante era el «sacerdote lector». Como resulta que en Egipto había muy pocas personas que supieran leer (aproximadamente una de cada cien) era necesario que una de las que sí sabía se encargara de ir leyendo de un libro (bueno, en realidad de un rollo de papiro) los diferentes textos y los distintos pasos que había que dar para que un ritual se realizara adecuadamente; sólo así eran efectivos.
Como veis, los sacerdotes egipcios no se parecen mucho a los sacerdotes modernos.

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